SIMPATÍA POR LA DIABLO
Podías ser un niñato pijo y fardar de trialera con una Sherpa o una Cota. Podías ir de guaperas moderno con una Primavera o una Lambretta. O de manantial de testosterona con una Super Pioneer o una Frontera. Podías ir de quieroynopuedo con una Puch Minicross. De rockero con tu Sanglas o tu Road. O incluso de marciano con una palindrómica Torrot.
Pero, queridos amigos, la Diablo era le must. El Nirvana del canco. El Xanadú del macho alfa de salón recreativo. El vellocino dorado del proto-quillo ibérico. El objetivo de todos aquellos que abandonaban 1º de FP en busca del puesto de aprendiz que les financiara la adquisición del Santo Grial del garrulo adolescente ochentero.
Porque la Diablo no te la regalaban tus padres, no. Te la ganabas tú con el sudor de tu frente. Letra a letra. Mes a mes. Olvidándote de los autos de choque, las recreativas y la disco los domingos por la tarde. Fumando Ducados que eran más baratos que tu inseparable Fortuna. Todo, para conseguirla. Todo, para poseerla.
Menuda máquina. Las churris se morían por montarse en ella. A tu vera. Haciendo caballitos y frenando en seco para sentir sus cuerpos pegados al tuyo. Eras el rey del barrio. El ayatollah de los billares. El gurú de los gatudos en ciernes
Hasta le pintaste las llantas de rojo infierno y le quitaste el silenciador para que el agudo bramido de sus dos tiempos se escuchara más allá de los arrabales. Como trompetas de un Jericó cañí que anunciaban, estridentes, tu inminente llegada. Escupiendo más aceite que la furgoneta de Tino Casal en el paseo marítimo de Sitges. Sin complejos.
Por todo esto y mucho más, desarrollé un sentimiento de afecto por esta Derbi. Una total simpatía por la Diablo.
Pero, queridos amigos, la Diablo era le must. El Nirvana del canco. El Xanadú del macho alfa de salón recreativo. El vellocino dorado del proto-quillo ibérico. El objetivo de todos aquellos que abandonaban 1º de FP en busca del puesto de aprendiz que les financiara la adquisición del Santo Grial del garrulo adolescente ochentero.
Porque la Diablo no te la regalaban tus padres, no. Te la ganabas tú con el sudor de tu frente. Letra a letra. Mes a mes. Olvidándote de los autos de choque, las recreativas y la disco los domingos por la tarde. Fumando Ducados que eran más baratos que tu inseparable Fortuna. Todo, para conseguirla. Todo, para poseerla.
Menuda máquina. Las churris se morían por montarse en ella. A tu vera. Haciendo caballitos y frenando en seco para sentir sus cuerpos pegados al tuyo. Eras el rey del barrio. El ayatollah de los billares. El gurú de los gatudos en ciernes
Hasta le pintaste las llantas de rojo infierno y le quitaste el silenciador para que el agudo bramido de sus dos tiempos se escuchara más allá de los arrabales. Como trompetas de un Jericó cañí que anunciaban, estridentes, tu inminente llegada. Escupiendo más aceite que la furgoneta de Tino Casal en el paseo marítimo de Sitges. Sin complejos.
Por todo esto y mucho más, desarrollé un sentimiento de afecto por esta Derbi. Una total simpatía por la Diablo.