LAS MOMIAS DE GUANAJUATO
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Estar en la preciosa y colorista ciudad de Guanajuato y no darse un garbeo por su macabro museo, es, para los freaks, como ir a París y no honrar la tumba de Jim Morrison. Por poner un ejemplo.
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Y encima el anexo Salón del Culto a la Muerte* no está incluido en el precio. Pagas aparte. Y para más inri, el carnet falso de crítico de arte que siempre me saca de apuros, dejó anodinamente impertérrito al güey de la taquilla.
Al final de un largo pasillo, en una estancia previa, una exposición fotográfica explica la tradición de retratar a los niños muertos en un afán de eternizar su breve paso por el mundo. Terrible.
Lo que encontramos dentro, son una serie de galerías y pequeñas salas, mal iluminadas y peor ventiladas, en las que se exhiben las vitrinas con las momias.
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Los resabiados guías (insistentes en el hecho de que ellos no reciben ningún sueldo por su divulgadora labor y solo viven de las amables contribuciones de los turistas), conocedores del percal, cuentan escabrosas e inverosímiles historias de como fenecieron los estáticos protagonistas de la exposición permanente.
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Toda esta combinación -si uno es enterrado allí- da como fruto una preciosa, hierática y desencajada momia. Eso si, conservando solamente la piel, los huesos, el pelo, las uñas y en su caso, la dentadura. Y sin vendas que oculten nuestras apolíneas facciones.
Un auténtico pasaporte a la eternidad.
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Felices pesadillas.
*No paguen la entrada, es una tomadura de pelo al más burdo estilo de feria ambulante.